lunes, 22 de junio de 2015

Ella dice, nosotras decimos: Belén Gopegui.

Fotografía: Ricardo Gutiérrez

“¿Dónde está el punto de partida? ¿En mis madres (quiero decir mi padre y mi madre), en mi hija, en esta ciudad? ¿Naces y cuántas de las cartas ya están echadas? En otro siglo, pude haber sido esclava. En otro país, tendría trabajo. En otra calle, en otro cuerpo, en otra década. Y así es como “yo” no existe y de un modo impreciso pero cierto los griegos tenían razón. Escrito en las estrellas significa escrito en geografías y fecha: ¿cuánto no ha sido decidió ya? Dirás que no te importa: incluso si es una milésima de una milésima, ese margen de libertad te constituye. Me dices que por eso escribo, como si palabra a palabra esa milésima pudiera quedar grabada, un testimonio para los que vendrán. No estoy segura, no sé siquiera si existe esa milésima o si el primer golpe azaroso que puso cada partícula a rodar selló la suerte. Lo que sé es que no importa demasiado. Vivimos en un compás de dos tiempos entre los real y lo posible que queremos hace rea, respiramos así. ¿Lo imposible? Lo imposible es una provincia de lo posible, la más remota, pero existe y a veces se alcanza.


Dibujo de Rg1024 (dominio público)

Entonces puede que todo empezara con la primera partícula, o con mis tatarabuelos, o con algo que me pasó a los dos años, una niña me dio la mano y nos atrevimos a rebasar el punto del parque donde nuestras madres dejaban de estar a la vista. Seguimos andando, al poco encontramos unos zuecos de madera, perdidos, viejos: basura para alguien pero un tesoro completo, irrebatible, para nosotras dos y cómo corrimos empuñando cada una un zueco en una mano, sin soltarnos la otra, para llevar a nuestras madres el tesoro, la prueba de la hazaña, el valor de la aventura”.


“La historia que creo que no se puede contar trata de que ésta no iba a ser nuestra vida, pero espera: no me refiero a la crisis ni a a volver a casa de mis padres. Me refiero a que no sé quién soy y eso, eso tal vez hasta puede que me lo haya enseñando la crisis. ¿Quién me escribe, qué sería esto que me escribe? Digo esto, que en teoría no vale para las personas, porque lo único que había antes era precisamente esto, unos cuantos genes. Si vamos quitando capas quedarán sólo genes y cromosomas. Lo demás nos lo hicieron, aunque parece que nos lo hicimos, la verdad es que nos lo hicieron, y a veces pienso que a lo mejor sí se puede contar pero que en realidad nadie quiere contarlo. Contar que no son los genes los que nos escriben, ni la carne y la sangre, es lo que nos hicieron. Lo que nos hacen. Dirás: Vaya argumento, el típico que se usa para escaquearse. Pero no es cierto. Echarle la culpa a los genes o echársela a lo que nos hicieron es, al fin y al cabo, lo mismo. Y yo no echo la culpa a ninguno de los dos porque no me importa la culpa sino las consecuencias. Lo que quiero decir es que sólo hay horizonte. Que no se trata de retroceder para ir buscando qué pasaría si hubiera encontrado un buen trabajo, o si me hubiera tocado explotar en vez de que me explotaran. En la espalda de los corsarios, leí en un poema, arde el asilo…”




“Interpreta también: dicen esos dos versos que sales a la aventura porque no puedes volver. Digo que no tenemos regreso, si mañana todo desapareciera y volviese a empezar, no nos encontraría desnudos y desnudas, sin daño, nuevos. Nos encontraría como lo que hemos sido: con eso tendríamos que bregar hacia delante. Imaginemos, pues, otro hacia delante, allí la amabilidad será común y corriente. Vayamos hacia él o vendrá un tiempo sin mañana. Entonces, no sólo en la espalda brillante del corsario, también en su pecho, se reflejaría el incendio, arderá el asilo.”


Belén Gopegui. "El comité de la noche". Penguin Random House Mondadori.

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