sábado, 11 de abril de 2015

Ella dice, nosotras decimos. Francisca García Algarra.


Cráneo errante que a todos los espejos hablas de ti. Cruzas sin nombre nocturnos océanos preguntando por tu cuerpo. No hay verdad más dulce que la de olvidar. Tinieblas sin mañana o un racimo apretado de días que el mar aleja transparente hacia otras playas. Por ello con dulzura desembocas, dormitas sobre galernas, sin sueños, sin peso que te aflija. Qué será de ti. Sin ti. Ingrávido te acercas a las piedras mojadas, salinas; a las sombras de otros cuerpos desnudos como tú, y a través de sus grietas buscas esperanza. Más tarde, el leve crepuscular de tu mirada ha entregado ya su alma sin vida a cuánta arena, cincelando bajo el agua tu verdadera soledad. Tu aliento que no existe es un círculo, una estrella, el espacio que ocuparían tus manos si existieran. Y aunque quieres decir no, tu incierto cuello no te sigue, porque tu voz es ahora un atajo nevado e imperdurable donde antes remota y libre brilló la sangre.



"En las templadas orillas de los cuerpos, de cada cuerpo, tienen su morada los deseos.
Es un espacio invisible y luminoso, donde se despierta de un sueño; donde el propio sueño es el único camino para llegar hasta él (...) 
Sueñan la verdad que más tarde no recuerdan.
La vida entera agotarán después buscándola (...)
Somos el cuerpo que pensamos, y el que sin pensar, en la ráfaga de un instante dejamos de ser.
La única guarida que nos cobija, el único abandono que podemos evitar.
El tiempo procede de un cuerpo, y en él se agota.
Allí, donde el corazón tiembla, llora y ríe; fin y principio de su provisionalidad" (de la contraportada de "Bahía de un cuerpo", de Francisca García Algarra, 2004).


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