martes, 22 de marzo de 2016

Diario de una hipo-pótama (3): Maxim.

"Sirenas". Merk Heine.



-Mamá, nos pasaremos por vuestra casa el domingo.
Cuatro segundos de silencio.
Respuesta:
-¿Pero vienes tú sola... o con el otro?
Juraría que he dicho “nos pasaremos”.
-Sí, mamá… vamos los dos
-Pues hija, os invitaría a comer, pero es que ando…
-… Que no hace falta, mamá; sólo será un momento, ni te preocupes.
-Si yo te lo agradezco, ojalá viviéramos más cerca y …
-… Que sí…
-… Pero un café sí que os tomáis, ¿eh?, eso sí…
-Vale, mamá… Llevamos pasteles…
-No, hija, que tu padre no puede tomarlos, por el azúcar; trae esas pastas de donde Guillermo, que le gustan…
Mi padre ni las mira, pero a ella, le pirran.
-Vale, mamá, hasta el domingo.

El viernes tenía análisis de sangre, en el centro de siempre; ya sabéis: perfil básico (rutina) y "técnico" (T4 libre, TSH, T3 total), todo juntito en un tubo "suero CORE - amarillo largo 5 ml.)
O sea, lo de toda la vida, pero añadiendo las tiroideas.


Llegué un poco justa. Me senté al lado de una mujer en la treintena y de su hijo, de unos diez años,  con sus libros y mochila escolar.
Leían juntos una página titulada “La Ultima Cena”; parecían hablar una lengua del Este, que alternaban con el castellano, que los dos hablaban muy bien.
Oí que le decía: -Debes decir esto clara y ordenadamente.
Tuve ganas de pedirle el teléfono y que me diera unas cuantas clases de ésas.

Enseguida la ATS reparó en el niño, y preguntó a la madre por el nombre:
-Maxim  –contestó ella.
-Le vamos a pasar ya.

Y así fue. Enseguida se lo llevó, llamó a un señor mayor, y después, a mí.
Mientras esperaba turno, ya en la sala de extracciones, la ATS y otra compañera trataban de sacar sangre del bracito de un niño mucho más pequeño. La madre le sujetaba arrodillada en el suelo; sí, ya sé que cuesta imaginarlo, pero sucedió así.
La cosa era complicada. El niño lloraba, miraba a su madre y casi le suplicaba. Las ATS en ningún momento torcieron el gesto, perdieron los papeles, se mostraron impacientes; profesionales y eficientes, con paciencia lograron su objetivo y todos sonreímos.

Mientras tanto, con su madre cerca de mí, Maxim ofrecía su brazo a otra ATS, y sin pestañear, observaba el pinchazo y la extracción de sangre.
Confieso que yo no miro, y que examino con ojo clínico a quien le toca mi brazo.
Ya he pasado unas cuantas veces por el ritual, y además he de decir –son todas mujeres- que ni me entero.
Pero no miro. 
No. 
Entendedme: No alabo la autoexigencia desmedida o cerril; pero sí un mínimo de autocontrol, su aprendizaje, en un mundo desbordado por "yoes" verborrágicos.

Maxim se levantó como si tal cosa mientras el otro niño, de menos de dos años, se tranquilizaba casi al mismo tiempo que yo escuchaba: -Abra el puño.



Me fui en cuanto pude, tirita en ristre, al bar de la esquina, aunque tuve que hurtar diez minutos a la Levotiroxina (hormona tiroidea artificial).
Es el pequeño inconveniente de ir en ayunas a un análisis y que entre hormona y desayuno deba guardarse media hora.
Bueno, desayuné a los veinte minutos. Era por una buena causa: mi estómago y mi cabeza.


¿Sabéis lo que pasó el domingo, verdad?
Sí. 
Correcto: Lo que estáis pensando.

Llegamos a casa de mis padres.
Mua, mua.

Y el café, sí.
El café más dos platos de jamón serrano, dos de quesos diferentes, uno de lomo, una tortilla de patata, una bandeja de …


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