Una de las primeras cosas que comprendí
que era necesaria fue el ejercicio físico. Mover el cuerpo. La
sangre.
Me apunté a un gimnasio.
Lo mejor de ir de mi trabajo al gimnasio
es el Metro. Sí, como lo oís.
Lo ideal es apoyarse en el hueco de las
puertas, así que según entro, me voy a “mi sitio”, la espalda apoyada mientras leo.
En el peor de los casos, busco a uno de
esos chicos de tres metros de altura y me acoplo debajo del sobaco. Eso sí,
agarrada a la barra lateral de los asientos. Mano en barra, mano en libro. Solucionao.
¡Y hoy ha estado genial!, porque pude empotrarme, en ese espacio de las puertas, entre un treinteañero y una chica de unos cuarenta, ¡y los tres leíamos "en papel"!
¡Y hoy ha estado genial!, porque pude empotrarme, en ese espacio de las puertas, entre un treinteañero y una chica de unos cuarenta, ¡y los tres leíamos "en papel"!
Sí, de verdad que me pasó: el chico, un
libro de Nieves Concostrina; y ella, uno en el que leí deprisa Baton Rouge.
Fotografía: Nastasia Alberti
Así que a pesar de mi dolor de cadera que no es de la
cadera, de una vieja rotura en el hombro, un dedo meñique dolorido y ácrata, la
sequedad ocular más el fuerte picor de las últimas semanas, y mi cansancio que
intentan equilibrar 75 microgramos de levotiroxina de sodio… me metí en la clase
de aquagym.
Sí.
Pues eso. Pensando en mil cosas pendientes y en nada.
Creyendo que no llegaba y me daba un síncope vasovagal de ésos.
Pero llegué.
Y eso no es todo.
Resulta que la clase la formamos alrededor de 14 mujeres y
un par de “chicos”. Yo soy de las más jóvenes, y asisto con curiosidad a una
tertulia que se reúne en el centro de la piscina casi desde el principio, beso
va y beso viene, “es que hacía tiempo que no venía”, “oye, ¿y tu hijo?”, “ahora
me traen al nieto, pero ya les he dicho que a esta hora, que no”, “vete al
otro, está más barato”, “ay, pues no sé…”
Yo escucho sin inmiscuirme, haciendo de perrita de aguas
que persigue a un pato imaginario que se hace el muerto; no tarda en acercarse
Bea, nuestra flamante y eficaz instructora licenciada en INEF, y como en
familia:
“A ver, chicas… empezamos… bueno, chicas y chicos…Veengaa”
“A ver, chicas… empezamos… bueno, chicas y chicos…Veengaa”
La tertulia sigue: “ah, pues yo, no…”, “ahora me
desvelo de madrugada” “ni caso, tómate una”, “me ha dicho el médico…”
Y Bea: “vamos, vengaaa… ese grupito…”
“Pues ahora lo que hago es que si me desvelo, me pongo a
leer…”
Magnífica idea, me digo.
“Venga, venga, una vuelta de calentamiento … ¡cómo estáis
hoy! ¡Y todavía no ha pasado San Valentín!”
“Que pase, que pase…”. Mi pato imaginario no sé, pero yo escucho risas.
“Vamos, subiendo rodilla… ahora ¡patada!, venga, chicas,
que me enfado… que me voy a casa…”
Lástima, ya no puedo perseguir a mi pato imaginario y la
tertulia está disuelta.
“¡Corre! ¡Corre! ¡Cambio de dirección…!”
¿Habéis corrido dentro de una piscina con agua?
Pues eso.
Una mujer a mi lado susurra: “Ni a traición me pongo a
correr yo ahora…”
Dormí como un tronco.
Por cierto, tengo que llamar a mi madre.
Hace días que no hablo con ella.
Ay.
Me pareció divertido titular estas entradas así, creyendo
que hipopótamo venía del griego hypo (debajo) y potamos (río).
que hipopótamo venía del griego hypo (debajo) y potamos (río).
Algo así como debajo del agua, que es como nos sentimos las mujeres
muchas veces (en temas de salud, p.ej.)
Pero no: viene de hippos (caballo).
¿¿O sea, que soy como un caballo de río??
¿¿O sea, que soy como un caballo de río??
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