De las dos disciplinas
que hizo, cuál considera es más fuerte en usted ¿la de ser profesora o
filóloga?
Yo no me considero nada en especial. Soy una persona muy
estudiosa y estudio de todo, me gustan las humanidades. Me definiría más como
humanista que dentro de una disciplina en especial. Ahora, el lenguaje me
interesa mucho desde el punto de vista de que es una manifestación de la
cultura y, como tal, lleva implícitos algunos de los valores y antivalores de
la cultura. En ese sentido, como filóloga se me facilita el estudio del
lenguaje.
Volviendo al tema de la
condición de la mujer, usted le ha dado seguimiento a esta temática desde antes
de los años ochenta. ¿Cómo ha avanzado Costa Rica al respecto, si ha
avanzado?
Sí ha avanzado, lo que pasa es que hay una cosa… se consiguen
ciertas conquistas sociales, no sólo las mujeres sino cualquiera de los grupos
oprimidos, pero la ideología fundamental sigue siendo la misma, es
patriarcal. La sociedad vive ideológicamente de manera patriarcal y usted lo
puede ver en los anuncios, estaba viendo un día de estos un anuncio de la
colonia para ‘’hombre-hombre’’, eso es ideológico, eso sigue vigente (...) Yo creo que el patriarcado es acomodaticio y de algún modo busca
los nichos para seguir sobreviviendo, por eso la lucha es permanente, no
podemos dar nada por hecho. Cualquier progreso social, con cualquier grupo
oprimido de cualquier naturaleza, tiene una vuelta atrás.
Entonces el patriarcado para usted se ha acomodado a las
condiciones durante estos años.
(…) Cuando yo fui a la Escuela Normal y estudiábamos a
Juan Jacobo Rousseau como el gran educador, yo nunca me di cuenta -en ese
momento- porque las lecturas eran de segunda mano, pero cuando me metí a leer
el Emilio, digo yo ¿Pero qué es esto? ¿Cómo se acepta como un gran educador a
un hombre que tiene una visión de las mujeres de purísima servidumbre? Lo mismo
Kant, Hegel, Nietzsche, Schopenhauer… Y eso es Filosofía que se le
considera el discurso maestro y sigue ahí (...)
Y los cambios que usted mencionaba antes, ¿se reflejan en sus
escritos? ¿En lo que usted reflejaba antes y ahora?
(…) Creo que siempre ando buscando por dónde falta, pero sí ha
habido cambios. Tengo dos hijas que no viven su juventud como la viví yo y no
tienen las limitaciones que me impusieron a mí. Nadie se mete con su vida
sexual y privada, cosa que nos pasaba cuando yo era joven. Ya no tenemos que
firmarnos ‘‘de’’, éramos posesión ‘‘de’’ el hombre con que nos casábamos. Claro
que ha habido progresos, a principios del siglo XX las mujeres no entraban así
como así a las universidades, en el siglo XIX se empezaron a poner reglamentos
en las universidades que impedían a las mujeres entrar, antes no había
reglamento porque el supuesto era que ninguna iba a entrar (…)
Yadira Calvo y su marido, Faustino Chamorro, en 2013
Antes usted mencionaba
que esto se ve reflejado en toda la cultura y mencionaba el lenguaje. ¿Cómo se
ve reflejado en el lenguaje?
Un simple vistazo al diccionario de la Real Academia, ya nos da
una idea. Se define masculino como excelencia, valor y coraje y femenino como
debilidad y hasta vicio. Luego, lo más grave, porque el léxico puede
cambiar aunque los académicos se nieguen a que cambie, pero el léxico puede
cambiar y la lengua va cambiando con el tiempo (...)
Lo más difícil de cambiar es la sintaxis, porque la sintaxis es
el esqueleto del idioma y la norma manda que el masculino sea un término no
marcado, es decir, que engloba a hombres y mujeres. Eso es una
sobrerepresentación, es decir, los hombres están sobrerepresentados en el
idioma y eso implica que las mujeres estemos subrepresentadas. Es decir
‘‘los profesores, los docentes, el hombre’’, “ser humano” atenúa un poco, pero
todas esas formas masculinas nos invisibilizan bastante a las mujeres. Y eso se
refleja en la concordancia ¿qué es esto? Que cuando dos elementos, por ejemplo
sustantivos, son uno masculino y el otro femenino, se les aplica un
determinante específico, que usualmente es un adjetivo, ese determinante tiene
que ir en masculino. Por ejemplo decimos, él y ella están casados, no
decimos están casados. Esa preponderancia del masculino reviste bastante
gravedad respecto a las mujeres, porque estamos siempre ocultas detrás del
masculino.
¿Y hasta qué punto el lenguaje inclusivo, esto de usar arrobas y
equis ayuda?
Es que eso no es lenguaje inclusivo, ahí hay un error grave. El
lenguaje inclusivo no es usar, ellos y ellas, muchachas y muchachos, y poner
arrobas. Eso es una búsqueda, que es muy válida como toda búsqueda de equidad,
para atenuar el sexismo que tiene el idioma, pero es la forma equivocada. Hay
que conocer un poco más el idioma para hacerlo de forma adecuada, no para
eliminarlo porque eso está en la gramática, pero hay vocablos comunes:
oficinista, poeta, periodista… son palabras que sólo podemos determinar si es
hombre o mujer por el artículo que le pongamos. También podemos usar abstractos
cuando se presta, en vez de niños decir niñez, no siempre se presta (...)
Se pueden usar abstractos, comunes, nombres colectivos, en vez
de decir los pobladores de Guadalupe, sino la comunidad de Guadalupe, y no porque
comunidad sea femenino, es colectivo. Tiene marca de femenino pero implica
hombres y mujeres clarísimamente. O podemos usar palabras epicenas, como
víctima, o personaje, que aplican a hombres y a mujeres. Ese tipo de vocablos.
De todas maneras, escribir cuesta y requiere un esfuerzo mental,
eso va a requerir más esfuerzo mental, como la gente no quiere hacer esfuerzo
mental y tal vez le faltan las herramientas necesarias para ponerlo en
práctica, pues recurren a ‘’los las’’ y al arroba, pero eso no es lenguaje
inclusivo.
Ilustración para un trabajo de Christina Schramm sobre Yadira Calvo
Mucho de las historias
de nuestra identidad y del folclor costarricense tienen un fuerte valor machista.
¿Cómo podemos hacer que estas historias no tengan un componente patriarcal sin
perder nuestra identidad?
Yo creo que eso está ahí y eso no se puede cambiar, es como
cambiar el mito. El montón de mitos que se reflejaron luego en el cristianismo
que nacen de un dios y una humana. Eso está en toda la mitología occidental, al
menos hasta donde conozco. Eso no se puede cambiar, lo que creo que se puede
hacer es leer con otros ojos toda la historia y pensar porqué está ahí, porqué
es así. Por ejemplo, el esfuerzo que están haciendo ahora por lo que llaman
historia de mentalidades, que ya no es la historia de lo que hizo fulanito,
sino como vivía la gente en ese momento, el pueblo, la gente de a pie.
Ese cambio es grande y esa historia de mentalidades permite ver lo que hacían
las mujeres y valorarlo. Eso lo está haciendo Iván Molina y creo que hay varias
personas están trabajando ese tipo de historia en Costa Rica.
Luego, está lo que hacen las feministas en muchos sitios,
revisando las historias particulares de cada disciplina. La historia de la
música, la literatura, la poesía… y al revisar esa realidad salen a la luz
nombres que habían quedado cubiertos bajo una visión patriarcal. Ahora han
salido mujeres músicas que ni se sabía que existían. O la hermana de
Mendhelsson, creo que fue Mendhelsson, que escribía música pero no se la
publicaban por ser mujer entonces él le hacía el favor de publicarla con su
nombre, pero se perdió su nombre. O Thomas Mann, que parece que usó los diarios
de su esposa para escribir algunas de sus obras. Eso lo están sacando a la luz
muchas mujeres e implica darle una mirada diferente a la historia.
¿Y cuál es el mayor reto
hoy para usted como escritora?
No lo sé… Yo creo en la literatura comprometida. Creo que tengo
el compromiso de escribir sobre aquellos aspectos de la sociedad que me parecen
endebles, lucha contra cualquier tipo de discurso que sea excluyente y creo que
eso no implica sólo a las mujeres y al feminismo, implica a la ecología, a la
visión racista de la sociedad, la visión clasista, la visión eurocentrista…
Esas visiones que son desde un punto de vista del dominador y que
implican dominación, hay que buscar el modo de eludirlas y de que se acaben, y
esa es mi lucha.
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