"Yo es otro"
Rimbaud
Transmutación
Sucesivamente, los crisoles del devenir tiemblan.
Cambiamos sin darnos
cuenta, para no ser nunca más lo que fuimos e ir configurando aquello que
seremos, aún sin serlo.
Cada célula y cada
dendrita nos reconoce en su breve cadencia antes de morir, ocasionando bellas
sinapsis de las que emergen nuevos mapas, “imposibles” hasta entonces.
La vida, en proporciones moleculares o a la vista de nuestros ojos, no cesa en
su movimiento.
Según Heráclito “el
Oscuro”, cuyo principio natural de la vida era el arjé (el fuego, en cuanto cambio constante), nadie puede bañarse
dos veces en el mismo río; sin embargo, el cauce representaría la forma estable
que dirige la corriente del agua.
Qué nos queda del ayer en el mañana.
Tal vez lo que nunca
fuimos ni seremos, sólo aquel potente impulso ensimismado que nuestra mente se
contaba en sus constantes diálogos internos.
El pasado no existe salvo para contemplarlo y aprender a prever ilusorias
distopías.
Cambiar supone
esperanzarse, creer en el fluir de la vida y confiar en uno mismo.
Todo ello equivale a
un proceso desmitificador y antideterminista que pretende acabar con la
esclavitud tirana de los ídolos introyectados a los que se cede el poder
personal y nuestra capacidad cierta de autoapoyo.
Lo estático contiene
la propiedad de ser rígido y el peligro de quebrarse, por tanto, en el ámbito
del pensamiento, es una devastadora tendencia a mitificar indiscriminadamente,
negadora del cambio.
Lo opuesto a la fluyente transformación es alienarse, desposeerse del sí-mismo.
La interpretación que,
a lo largo de la historia de la humanidad, se le ha otorgado al concepto de
alienación, es interesada y a veces paradójica.
Durante la Edad Media,
el cristianismo la definió como posesión diabólica. Es decir, estar “poseído”
por algo sobrenatural, fuera de todo razonamiento e improbable, significaba en
muchos casos la tortura hasta la muerte.
El poder de la Iglesia
era tan demoledor y cínico que no admitía más posesión que la de su propia creencia,
pero no la de otras magias sectaristas.
Por el contrario, llegada
la época renacentista, estar alienado se interpretaba como privación y
extrañamiento de uno mismo, así como la abolición de la libertad.
En cualquier momento histórico, la extrema alienación del yo, en su desesperado
deseo de no sufrir, asume creencias o mandatos externos a través del irresponsable
mecanismo mitificador, que significa la muerte del pensamiento.
Por consiguiente, la privación de la conciencia es, en definitiva, el radical
opuesto al cambio.
Y a través de todo lo
dicho antes, desaparece la voluntad, muriendo con ella la esperanza, en ese
lugar íntimo y doliente donde claudica el poder personal.
Para cambiar es necesario convertir al pensamiento en afluente de la propia
existencia, e imprescindible asumir el riesgo de no ser otro ni ser más allá de
lo que somos:
Un principio de realidad mecido en una noche de estrellas.
© Francisca García Algarra textos bajo el epígrafe “Los seres sucesivos” y epígrafe. Todos los derechos reservados.
Nos gustaría que participáseis
en esta sección especulativa y crítica,
debatiendo con la autora
vuestros puntos de vista.
¡Os esperamos!
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