Es
posible que mi ignorancia en el tema no me permita ver muchas de las caras de
esa infatigable lucha polifónica que es el feminismo. Pero aún con todo, estoy
por arriesgar que quizá en pocas de ellas se está planteando una lectura
novedosa sobre el camino a seguir para tratar de que la mujer ocupe el lugar
que le corresponde en el mundo. Que no es otro, en mi opinión, más que aquel
que la evolución mental de Homo Sapiens entiende por obvio: No existen
diferentes categorías de seres humanos. No hay personas de primera, segunda o
tercera clase…. O no debiera haberlas, quiero decir.
Sea
como fuere, la discriminación de la mujer existe, es real y siempre dolorosa. Y
el feminismo continúa incansable en su larga lucha no violenta por abolirla.
El
meollo de la cuestión radica en encontrar la forma adecuada de combatir ese
“patriarcado omnipresente” tan poderosamente inscrito en la mente de todxs.
Se
han planteado diferentes ideas: visibilización, empoderamiento, sororidad… que
se intentan vehicular a través de debates, formación de agrupaciones, presencia
en “la red”, etc. Soluciones todas ellas necesarias que suman, allanan el
camino y avanzan en la consecución de logros (además de agrandar la mente, algo
que debiera escuchar y leer todo aquel ser humano interesando en crecer
intelectual y éticamente), pero que no acaban de cuajar en una vía que se
perciba como definitiva. Claro que las cosas nunca son: blanco o negro, así que
en una escala de grises, esa “vía definitiva” no excluiría a las demás, sino
que se erigiría como el rio principal que va creciendo con la aportación de
numerosos afluentes.
No
es la primera vez que escucho a “veteranas” activistas comentar que creen
retroceder en el tiempo al escuchar, hoy en día, las mismas propuestas que ya
fueron debatidas en su tiempo.
Yo
no sé cual es “la vía mágica” para acabar con la injusticia de la
discriminación de la mujer. Ni tan siquiera estoy segura de que a estas alturas
pueda encontrarse una. Pero sí quiero resaltar un aspecto que pienso que se
está pasando por alto.
En
general la sociedad está aplicando al siglo XXI unos esquemas mentales del
siglo XX y aunque eso siempre ha sido así, (los hechos van por delante de la
construcción mental que elaboramos de los mismos), esta vez, este desfase es
determinante y crítico.
Anaïs Alice Jil Méon TAC Prague
8th Oistat Theatre Architecture Competition
En
un futuro próximo, nada lejano, muy cercano de hecho, la sociedad se va a mover
y actuar bajo los criterios que dicten “los algoritmos”. No hablo de ciencia
ficción. Hablo de la realidad de hoy en día, donde desde hace tiempo tomamos
decisiones en función de lo que “nos aconseja la red”. Para ir de un lugar a
otro vamos por las carreteras que nos indica una máquina. Adoptamos los hábitos
de salud que nos sugiere el ordenador-reloj que llevamos en la muñeca. Nos
informamos basándonos en lo que nos ofrece “un buscador”…
Existen
cientos de ejemplos de cómo seguimos, sin cuestionar, sus sugerencias. Y les
hacemos caso porque sus propuestas casi siempre nos benefician. Pero estamos
pasando por alto un detalle muy importante: No estamos teniendo en cuenta sus “sesgos”.
¿Y
qué tiene que ver todo esto con el feminismo?
Por
primera vez en la historia el ser humano está reconfigurando, de forma radical,
lo que va a ser en el futuro; en qué se va a convertir. Hay quien habla del que
Homo Sapiens se extinguirá en este siglo, y yo lo creo también. Bien porque nos
autodestruyamos (bajo la forma de una gran guerra auspiciada por un “pronto de
testosterona” o del aniquilamiento del hábitat que nos sustenta) o porque nos
vamos a transformar en algo diferente. Muy diferente.
Estamos
asistiendo a los inicios de esa gran transformación y no nos estamos enterando,
no estamos siendo conscientes de ello. Ni hombres, ni mujeres.
Pero
en nuestro caso, estamos volviendo a perder, una vez más, la iniciativa en la
construcción de ese nuevo “ente”; ya que la definición de “esos algoritmos” que
nos cambiaran, la está realizando “el patriarcado”.
Sin
mujeres en la tecnología, ni en la ciencia, los sesgos (muchos de ellos no
intencionados) que esos algoritmos están cometiendo, y van a cometer en mayor
grado, van a tener una impronta discriminatoria determinante para la mujer y
otros colectivos.
Por
ejemplo, cuando un algoritmo decida quien merece un ascenso laboral lo hará en
base a toda la información guardada que coteje, y deducirá que los hombres son
mejores candidatos a la vista de las “realidades” anteriores; tal y como
explica Cynthia Dwork (*)
Estos
posibles sesgos de los algoritmos están siendo objeto de estudio por parte de
los tecnólogos pero, por desgracia, una vez más, la visión de la mujer está
ausente, o no es proporcional, en dichos debates [Cynthia Dwork es una de las
pocas excepciones que está trabajando en ello].
Maruja Mallo
"Estudio para viajero del éter", 1958
El
ser humano se está re-construyendo desde la ciencia y la tecnología, bajo sus
dos grandes vertientes: la biotecnología y la Inteligencia artificial.
Y
las mujeres no estamos ahí con suficiente presencia como para que nuestro modo
de mirar pueda equilibrar la balanza en la construcción de aquello que seremos.
También
es verdad que lo más probable es que los debates éticos futuros, no vayan a
discurrir sobre el sexo, género o raza de los seres humanos. Ya que estos
aspectos se habrán convertido en intranscendentes cuando la modificación
genética y bioquímica sea solo una cuestión económica.
Dentro
de poco, elegir el sexo, o cambiarlo, seleccionar el color de piel, de ojos, o decantarse
por tener unos músculos elásticos frente a unos potentes… serán sólo parte de
las opciones de una inmensa carta con numerosas casillas sobre las que ir
marcando. Quizá entonces, lo que suceda es que la sororidad sea necesaria
buscarla entre los humanos frente al “patriarcado impasible” de las
Inteligencias Artificiales sin consciencia.
No
queda mucho para eso, más bien poco, pero mientras tanto, el feminismo debiera
armarse intelectualmente para el nuevo “sesgo tecnológico” que se está
gestando.
En
realidad, si el ser humano fuera inteligente (tal y como le gusta
autoproclamarse sin pruebas fehacientes de ello) y se moviera por ideales
diferentes a la avaricia y el egoísmo, hombres y mujeres debieran unirse en
intentar entender el Frankenstein que estamos creando. Un monstruo que puede
devolvernos al paraíso o eliminarnos de forma definitiva.
Por
cierto, es curioso cómo cuando Mary Shelley, una mujer, imaginó el monstruo de
Frankenstein, lo vislumbró como un ser atribulado que intentaba ayudar a aquellos
que le habían creado y que a cambio recibía su odio solo por ser diferente. Si
la historia la hubiera escrito un hombre, posiblemente ese poderoso
Frankenstein hubiese aniquilado a su creador y se hubiera erigido en amo de los
débiles humanos. O a lo sumo, un heroico justiciero le hubiera derrotado en
épica batalla.
Por
eso la mirada de la mujer es tan necesaria en estos momentos. Por eso es
imprescindible que el feminismo insista en estar en esas ciencias y tecnologías
que nos están re-definiendo. Porque queda poco tiempo, muy poco, antes de que
ese “ente” que estamos creando crezca, piense por sí mismo (bajo las premisas
sesgadas del patriarcado) y él solo decida qué hacer con nosotrxs.
© Asun Blanco Cobelo
@abcobelo
(*)
Cynthia Dwork, informática de la Universidad de Harvard, está desarrollando
formas de asegurarse de que las máquinas funcionen de manera justa. (Fuente:
MIT Technology Review).
No hay comentarios:
Publicar un comentario