“Primavera de 2180…
(…)Podría haber contratado a cualquiera para que hiciera lo que
ella hacía en la casa, incluyendo los servicios sexuales (…) comprado servomecanismos
órdenes (…) el único servicio que no podía conseguir simplemente en otro lado,
era el papel de Michaela como oyente. ¡Oyente! Aquello no tenía precio, y desde
un principio fue una sorpresa para él (…) significaba muchísimo para Ned
Landry, porque le encantaba hablar y contar historias. Le encantaba coger las
historias y aumentarlas, y pulirlas hasta que las veía sin mácula (…) Para Ned,
ese tipo de charla era uno de los placeres principales de la vida de un hombre.
(…) Michaela siempre parecía interesada. No tenía que
responderle, porque él no tenía ningún deseo de entablar conversación: sólo
quería ser escuchado, atendido; pero
cuando ella respondía, su voz nunca llevaba aquel deje de impaciencia y
aburrimiento que tanto le irritaba en los demás.
Michaela escuchaba. Y se reía en los momentos que él consideraba
graciosos. Y sus ojos brillaban en los momentos en que él pretendía construir
tensión. Y nunca, ni una vez en tres años de matrimonio, le dijo: “¿Podrías ir
al grano, por favor?”.
Eso fue precisamente lo que le estropeó el bebé con su llegada. Podría
haber soportado todo lo demás. Ver que Michaela parecía cansada por la mañana
en vez de mostrar su usual perfección era molesto; ver que su atención se
distraía mientras hacían el amor porque el bebé lloraba era irritante (…) Era
su primer bebé, y ella no dormía todo lo necesario: Ned era un hombre
razonable, y comprendía (…) ¡Pero nunca llegó a entrarle en la cabeza que el
bebé interfiriera también en sus momentos de charla con Michaela! Jesús, de haberlo sabido, la habría esterilizado
antes de casarse con ella (…) Estaba en un punto de una historia que empezaba a
quedar perfecta, una que llevaba tiempo contando pero que ahora empezaba a
tomar forma (…) ¡y el el jodido bebé comenzaba a lloriquear! (…) no había
ninguna diferencia entre ordenarle a Michaela que hiciera callar al mocoso u
ordenarle que lo dejara llorar…, en cualquier caso, aunque por supuesto ella
hacía exactamente lo que él le decía, ya no conseguía su atención (…) su mente
se hallaba con aquel pequeño tirano llorón. Nunca había considerado esta
posibilidad (…)
(…) habría ofrecido voluntario al pequeño puñetero a Trabajo
Gubernamental aunque hubiera tenido que pagarles en vez de recibir una bonificación
en su cuenta, porque no estaba dispuesto a dejar que le echara a perder la vida
una criatura que no pesaba ni seis kilos (…) No señor. Esta era su casa, y
pagaba por ella, por todo lo que había dentro (…), y por Dios que iba a tener
una esposa como había especificado que fuera (…)
También estaba el atractivo de que su hijo pudiera ser el
primero en descifrar un lenguaje no humanoide…, eso estaría muy bien (…) la
gente encontraría que su conversación sería oro puro (…) Por supuesto, no se le
cuenta a una mujer que vas a hacer algo por lo que se pondrá tonta. Las cosas
se hacen, y ya está; después, se le dicen (…) Ella se sorprendió cuando él le
dijo que podía asistir [a la fiesta en casa de su hermana]. Ned hizo un buen
trabajo diciéndole cómo se merecía un poco de diversión, y que incluso podía
quedarse hasta medianoche si quería. Aquello le dio el tiempo suficiente (…)
para que Ned entregara al bebé junto con todas sus ropas, juguetes y demás.
Tuvo un cuidado escrupuloso de que no quedara nada que recordara a Michaela al
niño, aunque aquello significó tener que subir y comprobar su habitación
personalmente, y era alérgico al spray no tóxico que usaban allí, que le hacía
toser, atragantarse e hincharse como un sapo (…)
Y se sintió orgulloso de ella, porque lo aceptó como la
auténtica dama que sabía era. Estaba preparado para una escena (…) Pero ella no
dijo ni una palabra (…) Cuando él le contó que tenía que ir a la clínica por la
mañana y ser esterilizada antes de que volviera a suceder, Dios no lo quisiera,
ella palideció un poco y adquirió aquella hermosa expresión que tenía a veces
cuando estaba asustada. (…) Había ofrecido al bebé, y eso era todo. Le recordó
que aquello era algo de lo que cualquier americano de bien estaría orgulloso,
pues era un sacrificio heroico por el bien de los Estados Unidos de América, la
Tierra entera y todas las colonias de la Tierra (…) Y le dijo cómo el
Presidente probablemente les enviaría una nota de agradecimiento (…) Iba a ser
una historia magnífica, especialmente si el Presidente llamaba, y a Ned le había contado que a veces lo hacía; ya sabía
cómo iba a comenzarla (…)
No le habló del dinero porque no quería que pensara cosas
raras, y las mujeres siempre piensan cosas raras (…)
-Déjame que te cuente qué sucedió en la maldita reunión (…)
Y ella escuchó, prestando toda su atención, como antes de
la llegada del bebé, sin decir una palabra porque eran las tres de la madrugada
ni nada por el estilo (…)
-Te quiero, cariño –dijo, desde las almohadas que ella le había
mullido. A las mujeres les gustaba oír eso (…)
Se quedó allí tendido, sonriéndole y preparado para recibir su
desayuno especial (con doble ración de fresas), cuando oyó el ruido.
-¿Qué demonios es eso? –preguntó (…)
-Ned, querido –dijo ella-, ya sabes que mis oídos no son tana agudos
como los tuyos…, no oigo nada (…)
No vio las avispas hasta que entró en el tocador y cerró la
puerta tras él. ¡Cuatro, maldición,
enfadadas (…)! Tanteó en busca de la puerta, tenía que salir de allí
rápidamente (…) ¿cómo coño habían
entrado ahí dentro? (…) oh, Jesús, algo
raro le pasaba a la puerta, la placa que había que pulsar para abrirla desde
dentro no estaba (…)
Entonces empezó a llamar a Michaela a gritos, agradeciendo
reverente y sinceramente a Dios el que ella nunca, ni una sola vez, le hubiera
hecho esperar por nada.
Michaela le sorprendió. Le hizo esperar largo rato. Lo suficiente
para asegurarse. Lo suficiente para acabar con los insectos y echarlos al
vaporizador. Lo suficiente para arreglar la puerta (…) Lo suficiente para ver
que sólo hubiera huellas de él en todas las cosas que debía haber tocado (…)
Sólo cuando pudo dar un paso atrás y ver que no había nada fuera
de lo corriente (…) a excepción del cadáver en el suelo, gritó pidiendo ayuda y
se desmayó apropiadamente en el umbral de la casa, a la vista del monitor de
seguridad. Cayendo con cuidado, asegurándose de que no se hacía ningún daño (…)”
"Lengua materna" (Ultramar, 1989) se desarrolla en una sociedad distópica en la que la supremacía del hombre es total, las mujeres no tienen derechos ni poder.
Se ha establecido contacto con otros mundos extraterrestes, se colonizan otros planetas y sobresalen las dinastías de Lingüistas, directamente involucrados en el comercio interplanetario.
Este es sólo un pequeño fragmento para el retablo de una gran novela.
Suzette Haden Elgin (Lousiana, 1936) falleció en enero de este año.
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